A mi amiga, a cualquiera de ellas, por lo pasado y por el futuro:
Hubo un tiempo en que lo vuestro eran todo miraditas, risas, conversaciones hasta tarde y mil maravillas más. Algunos dirán ‘lo típico’, pero para ti no era nada típica esa felicidad, era nueva, genial; no ibas a dejarla pasar. Y por lo visto, él tampoco.
El tiempo siguiente fue igual o mejor: juntos oficialmente, recorriendo mundo, sofás, pelis, bares, duchas, carreteras, parques, playas. Amor en todo su esplendor.
Qué pasada, tía, qué emoción sentir tan potente la conexión con alguien. Y yo encantada de verte así –al fin y al cabo, ¿qué más puede pedir una amiga?–.
Después se os vino a instalar la rutina. Es irremediable, todos los días tienen las mismas horas, el verano no es eterno, no se pueden descubrir detalles del otro a diario durante toda la vida…
Y tú tan contenta: preparar comidas, esperar impaciente el ratito del achuchón en el sofá, las bromas en el baño… La rutina era una nueva época, probablemente la más larga, y tú estabas dispuesta a mimarla y cuidarla para que todo siguiera funcionando.
¿Y él? Al principio, bien. Luego simplemente pasaba por casa. Justamente eso: pasaba por allí. Cada día con menos entusiasmo, cada vez menos colaborador. ¿Qué más da si no os acostabais a la vez? Total, vivíais juntos. Estaba mucho tiempo con amigos, lo reconocía. Pero… ¿acaso no tenía ese derecho? Y tú que abandonabas cualquier plan por uno con él, aunque fuera ir a la compra…
Querida, cómo me empezó a incomodar todo esto. Tu felicidad decaía por días. Tu humor era más negativo que positivo y lo que tenías en la cabeza era: ¿qué coño está pasando? ¿estoy haciendo algo mal? ¿por qué estoy sola cuidando algo que es de los dos?
Pero a ratos decidías que no tenía tanta importancia, que todas las parejas pasan por baches, que él te quería igual que tú a él pero que lo demostraba menos. Supongo que creías lo que querías que fuera verdad. También supongo que, en el fondo, sabías que te estabas engañando a ti misma.
Ojalá hubiera podido mostrarte el futuro en esos meses de desgaste. Quizá habría durado menos el sufrimiento. Y no habrías perdido seguridad en ti misma. Y no habrías perdido el tiempo.
Al final, las cosas terminaron –o terminarán– de las dos únicas formas que puede terminar algo que no se cuida:
Roto.
O abandonado.
Y si algo roto o abandonado se quiere recuperar no sólo hay que reparar los desperfectos, sino comprometerse a cuidarlo el triple que si fuera nuevo. Porque si no, terminará más roto… y peor roto.
Y las relaciones rotas no son el problema. No son lo que me preocupa. Lo que me preocupa es que te rompas tú.
Toma decisiones, porfa, amiga mía. Con la intención de ser feliz, de reírte mucho y muy fuerte, de compartir tu vida con quien te ayude a conseguirlo.
Yo me quedo contigo decidas lo que decidas, pero no esperes mucho para ser feliz, que, no se si lo sabes, pero te lo mereces.