En la próxima parada olvidaría el destino real de esa mañana. Esquivaría los caminos que la llevarían al lugar donde quema su tiempo a cambio de dinero para pagar las facturas del piso que comparte con su novio.
Se vieron por encima de las mascarillas. A pesar de ser todavía demasiado temprano como para ver con claridad.
Ella se dio cuenta de la manera en que él la miraba. No de cualquier manera. Sus ojos se sorprendieron mientras bajaba las escaleras. ¿Me conoce?
Habrá visto mi lamentable perfil en alguna de esas aplicaciones en las que entro por inercia cuando me aburro esperando encontrar personas que me saquen de la monotonía, pensó.
Bajaron al andén. Él primero. Cuando ella llegó, él estaba sentado mirando el teléfono, pero cuando ella pasó, él alzó la vista.
¿Estará intentando averiguar por mis ojos si soy yo?, pensó.
Llegó el tren y ella podría haberse subido en su mismo vagón pero prefirió dejarse llevar por sus miedos o hacerse la interesante que suena mejor, y se subió en otro.
Se sentó, sacó su libro y lo abrió para fingir que leía mientras buscaba leerlo a él. Y ahí estaba él también, sentándose mientras miraba en su dirección.
Dos paradas. Dos paradas de tiempo de reacción era lo que tenían. Para los niveles de ansiedad de ella, demasiado tiempo. Demasiado tiempo para pensar si sí, si no, si me acerco, si me voy como cada mañana. Al mismo lugar. Con la misma gente.
“Próxima parada: Hospital de Sant Pau”… Sí, eso mismo, eso necesito yo ahora, pensaba, un médico. Le estaba faltando el aire y la sensación de falta de oxígeno no la ayudaba a tomar decisiones.
“Próxima parada: Maragall”. Mierda. Mierda. Mierda. ¿Qué hago?
El metro iba avanzando y a cada segundo su mente invadida por los convencionalismos, las formalidades, los “deberías”: ¿Por qué me estoy planteando esto si tengo novio? ¿Qué me pasa? ¿Te pueden gustar dos personas a la vez? ¿Es atracción o hastío? No puede ser. No puede ser. Esto deben ser síntomas de una sobredosis de monotonía, se juzgaba.
Júlia llevaba ya casi cuatro años de perfecta rutina con Manuel y su mayor objetivo ahora mismo era recuperar esa chispa. Una lástima que esas ganas fueran solo suyas.
Ahora lo miraba a él y pensaba: ¿si esos ojos dicen tanto, qué dirá el resto de su cuerpo?
No podía, no podía ponerle límites a lo que sentía, no podía parar de imaginar qué escondería toda esa ropa, cómo sería estar los dos juntos, sentir su piel, que él sintiera la suya, los gemidos, el calor, el sudor, ese baile de bocas y besos que fueran encendiendo el fuego. Ese fuego que hacía ya un tiempo estaba apagado, olvidado, hecho cenizas.
¿Y si estuviéramos solos? ¿Solo una noche? -se interrogaba.
Quedaban ya pocos segundos de reacción. Tenía que decidir. ¿Bajar del metro o bajarse de esa falsa seguridad que invadía su vida amorosa?
Y se rindió una vez más y bajó, bajó del metro.
De repente, notó un tirón, alguien la cogía de la muñeca.
-Oye, perdona, no te puedes ir sin decirme el resultado. -dijo él.
-¿Disculpa? -le temblaba la voz.
-Me ha parecido que me estabas haciendo un escáner en el vagón. ¿Todo bien?
-Ah, no. Perdona, perdona. No te estaba mirando a ti. A estas horas a veces me quedo empanada. -improvisó entre risitas nerviosas.
-Bueno, que sepas que el tuyo está perfecto. Y no me importaría acabar de confirmarlo en otro momento. ¿Qué tal ahora?
-¿Qué? No. -consiguió decir-.Bueno… no es que no quiera. Eh… Tengo novio. -balbuceó casi como quién acaba de aprender a hablar.
-Ah, vaya, me habré confundido entonces. Perdóname tú a mí pero es que me había parecido que me desnudabas con la mirada.
-Y lo hacía… -susurró.
-¿Qué dices? No te he oído bien.
-Nada, nada. Me tengo que ir. Llego tarde al trabajo.
-Yo también.
-Vale.
-Me refiero a que yo también te he desnudado. Y me ha encantado lo que he intuido.
-Madre mía. Es que no sé ni cómo te llamas.
-Bueno, eso es fácil de arreglar. Me llamo Pablo. Lo segundo es más complicado.
-¿El qué?
-Que me digas que sí.
-¿A qué?
-A vernos esta noche.
-Vale.
-¡Eso no me lo esperaba! -exclamó.
Ella tampoco. Pero dejarse llevar sonaba demasiado bien…