El reloj marca las 19:34, mis ojos están cansados y me quito las gafas para poder presionarme en el punto exacto que hace que el dolor se descongestione y me doy cuenta que la camarera ha estado atendiéndome, como cada día, ha dejado un café largo y cargado con poca leche y templado que ya se había enfriado; no pude ni darle las gracias antes de su cambio de turno.
Se suponía que debía haber terminado de trabajar hace tres horas pero ahí seguía: comparando tablas, traspasando información y redactando informes. No sé en qué momento ocurrió esta separación de la realidad que me ahoga: no recuerdo cuándo fue la última vez de nada que no fuera trabajo.
La cafetería estaba casi vacía y como casi siempre a esta hora quedamos los que yo llamo personasdesastre. La adicta al trabajo: presente. El escritor frustrado al fondo del todo donde la luz parpadea de cuando en cuando para hacer más intensa
la escritura, no falla. La observadora que toma notas de todo lo que ve, aún no sé para qué, es un tanto inquietante… Hay una chavala que siempre viene con tantos libros que se nota que está redactando su trabajo final de carrera, es tan tierno ver cómo
se está currando cada línea. Suena la campana que hay en la puerta para que todos levantemos la vista ante la llegada de un forastero que se abre paso junto a los últimos rayos del sol que sobreviven a duras penas.
Aparece un tipo que entra quitándose las gafas de sol como en cámara lenta –qué engreído-, se apoya en el mostrador de la cafetería como si fuera la barra de una taberna, con esos pantalones ajustados que no dejan nada a la imaginación –pero qué imaginación- y esa camisa mal pero estratégicamente abrochada, gira su cabeza y sus ojos se encuentran con los míos.
No puedo evitar dar un pequeño salto en mi asiento, no suelo ser tan indiscreta. Hago como cuando te mira un profesor en medio de un examen y empiezo a teclear aleatoriamente, pero de reojo veo que viene directo a mi pequeña mesa con mi café frío. Qué vergüenza. Estoy nerviosa –pero, ¿por qué? si no he hecho nada, solo ha sido un cruce de miradas-.
-Perdona, creo que se te ha caído esto.-Dice mientras estira su brazo hacia mi, dejando entrever un par de tatuajes que desde esta perspectiva no tienen mucho sentido y, al final de su mano, me enseña el folio con garabatos que utilizo para hacer conjeturas en mis informes y también algunos dibujos que me sacan los colores…
-Gracias.-alcanzo a decir; a continuación se sienta a mí lado y empieza a mirar el resto de mis hojasborradores.-Perdona, ¿te importa? Son cosas privadas y no nos conocemos de nada.
Sonríe, y qué sonrisa.
-Es verdad, qué descortés por mi parte. Mi nombre empieza por D de desafío, ¿quieres probar?
Se levanta con la agilidad de un leopardo, se dirige hacia el baño y antes de abrir la puerta se gira, me mira inquisitivamente y
guiña un ojo.
Quiere que vaya, quiero ir.
Pero es un sitio público, yo no soy así, pero… ¿Hace cuánto que no hago otra cosa que no sea trabajar?
Me levanto, me echo el aliento en la mano para comprobar que todo está correcto, me dirijo al baño decidida, pensando en lo que me iba a encontrar. Ahí estaba él, apoyado en el mármol de ese lavabo vintage y sin decir ni una sola palabra, me sonríe, yo arqueo mi ceja izquierda, me abalanzo a su boca, le beso con fuerza, con ganas, a veces nuestros dientes entrechocan pero
no sé oye nada más que nuestras respiraciones descompasadas que poco a poco empiezan a ir al unísono…
Desabrocho su malabrochada camisa y él me empuja hacia la puerta que da acceso al baño y aprovecha para echar el pestillo; qué astuto. Muerdo su labio, gruñe como un león, se inclina para levantarme y ponerme sobre el mármol vintage, me quita la camiseta y debajo no llevo nada, veo como mira mi pecho desnudo, se produce un pausa y aprovecho el
momento para acariciarme con dos dedos desde el inicio de mi clavícula, siguiendo el camino que mi pecho deja a la vista para que sus ojos vayan entendiendo por donde quiero que vaya.
Llego al botón de mis vaqueros que desabrocho con cuidado, él se desabrocha los suyos. No me había fijado que ya se le marca bien la polla, se la saca y empieza a acariciársela despacio mientras se arrodilla delante de mí cuando yo ya me he quitado los pantalones.
Empiezo a acariciarme los labios y ya, solo por ahí noto que la humedad ha llegado hasta parte del vello que no he depilado, voy a ese punto que me conozco en el clítoris para empezar a masturbarme delante de su cara mientras me mira y él se pajea delante de mí.
No recuerdo haber hecho nunca esto.
Se acerca poco a poco a mi coño desde los muslos, beso a beso, con mordiscos y jadeos, me estoy poniendo muy cachonda y no quiero que esto acabe.
Noto su aliento caliente en mi ingle, levanto las caderas buscando que mi coño se encuentre con su boca, pero no lo consigo, lo esquiva, sonríe y con la mano que tiene libre empieza a acariciarme cerca de donde tengo yo la mano, dios… Creo que quiero que me folle ya pero se lo toma con calma, no puedo controlar mi cadera y él, parece que se lo sabe muy bien, aprovecha mi subida para meterme los dedos.
Entonces gimo tan fuerte que tengo que dejar de tocarme para taparme la boca y que no se me oiga. Él aprovecha para pasar su lengua por mi clítoris, ya hinchado y con ganas de más. Me introduce otro dedo más y yo, que lo siento y
quiero que siga, no puedo evitar gemir con mi mano en la boca. Él se levanta, saca un condón del bolsillo que abre mientras yo sigo tocándome. Se lo pone y le estoy esperando, literalmente, abierta a todo lo que me pida…
-Disculpa, ¿me oyes? Creo que se te ha caído esto.
Vuelvo en mí, no soy capaz de mirarle a la cara, me acomodo en el asiento y noto lo mojadas
que están mis bragas.
-Gracias, no me di cuenta.-Cojo el folio, muevo el ratón del portátil y él se va a otra mesa.