light inside library

El día que visité librerías

El día que visité librerías hacía sol. Era un día bueno de invierno. Los días en invierno se dividen en buenos y terribles. Para mi, el 90% del invierno se compone de días terribles. Con terribles solo me refiero al tiempo. Esos días puedo estar contenta, pero son terribles para salir de casa.

Por suerte, como digo, el día que salí sola a ver librerías hacía sol. ¿Lo tomé como una señal? Puede ser. Aunque mi parte lógica, racional y a menudo extra cuadriculada lo negará siempre.

las librerías

La Primera librería que visité era bastante normal y con poca gracia. Olía a rancio y nada más entrar, en primera fila encontré varios ejemplares de libros de Carmen Mola, o mejor dicho, de los tres señoros que se hicieron pasar por una mujer porque ahora, según ellos, es lo que vende.

La Segunda, en cambio, era mucho más agradable. Dentro me quedé muchos minutos, pero con gusto me habría quedado muchos días. No digo que comprara nada; puede que no. Pero habría acampado ahí dentro. Habría leído un poco de arte contemporáneo francés y otro poco de los hippies de los 70. Me habría empapado bien de la discografía de Queen y también me habría puesto ciega a brownie casero de la cafetería tan cuca que hay en la segunda planta. Habrían sido unas vacaciones inolvidables, no tengo duda.

A la Tercera la miré con recelo antes de entrar. La Segunda me había dejado con ganas de más y cualquier otra cosa sería peor, pensaba. Pero todas esas ideas se fueron desvaneciendo a medida que avanzaba por los pasillos, entre estanterías altísimas repletas de historias. Nunca había estado en un lugar así. Me sentí fuera de mi zona de confort totalmente. ¿Cómo puede una librería hacerte sentir vulnerable? Y a pesar de ello, me quedé bastante rato, para ser sincera. Ahondé en los rincones donde parecía que nadie había pisado en años, me atreví a hojear algunos libros absolutamente desconocidos para mi y para mi sorpresa, me perdí entre sus hojas varias horas…

La Cuarta librería me dejó un sabor bastante agridulce. Tenía muchísimo material, pero muchísimo, y muy guay, en principio: autoras contemporáneas, modernas, humor y crítica feminista, etc. Pero también me di cuenta de que la mayoría del espacio estaba dedicado a best sellers y libros ‘comerciales’ que se venden como churros porque los amores-imposibles-que-acaban-en-boda-siempre-venden, da igual si se trata de 5291 historias prácticamente iguales. Decidí una vez más que era mejor salir de ahí sin comprar nada, tal y como hice en las tres librerías anteriores.

y entonces, llegó ella

En la Quinta librería, la última, me encontré con el lugar más inesperadamente precioso que podría haber imaginado. ¡Qué maravilla! Qué ordenadas las estanterías, cuántos libros interesantes, qué pasada de espacio con mesas de madera, lámparas enormes, alfombras, cojines de terciopelo de mil colores y estampados, y sofás para sentarse a leer agusto, con un chocolate caliente en las manos, con la tranquilidad de saber que no les importa que estés leyendo hasta que se haga de noche mientras no molestes a nadie. Por fin me decidí a comprar un libro. Lo elegí como siempre elijo los libros: muy despacio y haciendo caso a la intuición (hola, parte ilógica e irracional). Pero lo importante no era comprar un libro. Comprar libros solo sería una excusa para volver allí. Un lugar fuera del espacio-tiempo real, como si pudiera vivir por unas horas en una realidad paralela; evadirme y olvidarme que existe una rutina que nos arrastra hacia delante sin remedio… Disfrutar de las historias de otras personas, fantasear con otros lugares, otras vidas…

Mientras pagaba, le dije al librero:

-Volveré el próximo sábado. Me ha encantado el sitio. El chocolate estaba buenísimo, además. Gracias por todo.

-Mmmm. De nada; me alegra que te haya gustado tanto. Es una pena que la librería se vaya a traspasar. Hoy ha sido su último día.

el drama

De repente un peso enorme cayó sobre mis hombros; el estómago se convirtió en un nudo. No podía ser. Llevaba años buscando un lugar así; primero fueron las playas, pero había demasiada gente, demasiado aire o demasiado sol. Luego, las bibliotecas, pero la puerta siempre chirriaba, nunca dejaba de abrirse y cerrarse. Por casualidades de la vida, después vinieron las librerías y me ofrecieron la última oportunidad para encontrar Mi Lugar. Y cuando lo descubro, el goce me dura apenas unas horas. Joder, qué asco, que diría Rigoberta Bandini. Leer libros es lo único que puede hacerme salir de mi vida y regañarme, asustarme, enamorarme o regalarme momentos únicos que veo desde lejos sin molestar a los personajes, pero a su lado. Siempre supe que era en los libros donde me refugiaba, donde me refugiaría siempre. La noticia me hizo polvo.

Sin saber muy bien por qué, le conté al librero cómo me sentía. Las palabras salían de mis labios sin que pudiera hacer nada por evitarlo. A él se le veía bastante afectado por el cierre de su negocio. No le conocía, no sabía su nombre ni me importaba, y sin embargo, creo que me entendió.

El hombre de ojos oscuros, piel morena y gafas sin montura me miró desde el otro lado del mostrador, sorprendido por mi verborrea, y tras escucharme un rato, me interrumpió, impaciente:

Quédatela tú.

-¿Cómo dice?

-Que te la quedes. Si todo eso que dices que sientes es verdad, no veo mejor candidata para el traspaso. Quédate la librería, por favor.

-Pero… ¿por qué?-No se si fue la pregunta más acertada, pero no fui capaz de articular otra.

-Porque yo me sentía igual antes de tenerla, pasé por otras más grandes, con mejores acuerdos con editoriales, más nuevas, más conocidas y mejor situadas pero no encontré lo que encuentro aquí. Y no quiero a nadie ocupando mi puesto sin sentirse tan agradecido como yo estuve todo este tiempo de ocuparlo. Por favor, quédatela tú.

Y así fue como el día que fui a visitar librerías comprendí que las señales, aunque poco científicas y siempre de la mano de la casualidad, existen.

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